La llegada de un hijo o hija supone una etapa de transición personal en la que la identidad de las personas se ve transformada con la incorporación de un nuevo rol: el de padre o madre. No es un rol simple y su asunción no es tan sencilla como podría parecer. Convertirse en padre o madre es un proceso que viene cargado de expectativas y responsabilidades, y es una situación que modificará tanto las rutinas personales como las familiares. Saber esto ayudará a gestionar las emociones que se deriven de este cambio de una forma mucho más exitosa. Es estupendo conocer la parte buena: la sorpresa al ver la carita de nuestro bebé por primera vez, el amor que rezumamos al tenerlo en brazos, la alegría de acoger al nuevo miembro en la familia, la plenitud al observar lo que tu propio cuerpo ha creado o la gratitud de disfrutar de esos momentos que nos regala la vida. No obstante, es todavía más necesario ser consciente de que también nos asaltarán otras emociones como consecuencia de los procesos no tan gratos que sin duda aparecerán: enfado ante la posible falta de organización en el hogar o por el cansancio que acarrea la falta de sueño; frustración al percibir que la p/maternidad es diferente a como la habíamos imaginado; miedo a lo desconocido, a las responsabilidades que el cuidado de un bebé implica; culpa cuando pensamos que el llanto o la enfermedad del bebé es nuestra responsabilidad o porque creemos que podríamos hacerlo mejor. A todo esto, hay que sumarle la gran inestabilidad emocional propia de la revolución hormonal que vive la madre que acaba de dar a luz. A todo este proceso emocional se le llama “Maternity Blues”, “Baby Blues”, “Tristeza Post-Parto” o “Días Azules”. Es una alteración normal del estado de ánimo que puede producirse a consecuencia de los cambios hormonales, psicológicos y sociales que conlleva el nacimiento y que va desapareciendo conforme transcurren los días.
Conocer la posibilidad de vivir estos procesos emocionales nos ayudará no solo a ponerles nombre, sino también y muy especialmente a aceptarlos y poder regularlos lo mejor posible. A adelantarnos en lo posible a las circunstancias que los generan para poder prevenir algunos de ellos, y muy especialmente, a que las personas de nuestro alrededor, al conocer los mismos, puedan ofrecernos su apoyo y hacernos sentir mejor.
Yo siempre les digo a mis estudiantes que esta debería ser una formación esencial a incluir en las clases de preparación al parto, porque igual de importante es saber gestionar apropiadamente el momento que dará lugar al nacimiento de nuestro bebé, como los días posteriores en que uno asume su rol de p/madre y se hace al cambio que genera su llegada. Ante esto, ofrezco una serie de recomendaciones para regular los procesos emocionales menos gratos que tendrán lugar durante los primeros momentos de la crianza del bebé:
En cualquier caso, si bien esta es una etapa nueva cargada de retos y de emociones, la evidencia empírica y el saber popular nos muestra que al final los progenitores evalúan su transición hacia la parentalidad de forma positiva, otorgando mayor valor a las vivencias agradables que a los momentos difíciles que se puedan presentar. Resumo, por tanto, esta entrada con el título de un artículo científico clave en esta materia “In Defense of Parenthood: Children Are Associated With More Joy Than Misery” (En defensa de la parentalidad: Los niños se asocian con más felicidad que dificultades) de Katherine Nelson y colaboradores.
[O1]http://si.easp.es/psiaa/wp-content/uploads/2014/07/cuidadores_apego.pdf
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